
Pero estas mañas quedan en los brasileros como en los japoneses hacer pogo; el réferi no compró y cobró mano a favor de Vélez. En ese momento recordé en voz alta “Eso lo hacía Alonso, claro, quien no le iba a cobrar a Alonso, más con ese adiestramiento colectivo increíble que tenía la tribuna de River para imponer fauls por aclamación masiva”; pero inmediatamente recordé: “aunque creo que en Vélez también lo hacía”. En ese momento mi sobrino adolescente me corta sorprendido; “Tío ¡¿Alonso jugó en Vélez?!”.
Para mí (y para los cada vez menos gustadores del buen fútbol), que uno de los más exquisitos jugadores de la historia haya lucido la V en el pecho es un orgullo; y el hecho de notar que las nuevas generaciones de hinchas conocen a Alonso pero no saben que jugó en nuestro club me llama a iniciar una reparación histórica.
No se asusten los antigallinas, esto no va a ser nada que se le parezca a una apología del Beto en Vélez, pero si vamos a poner las cosas en su lugar lo más objetivamente posible.
Introduzcamos. Maradona fue para mí (y para casi todo el país) el mejor jugador de todos los tiempos. Sin embargo, a pesar de verlo poco, considero que Pelé lo superaba en estética de juego. Maradona era un futbolista adaptado al juego que irá dominando crecientemente al fútbol mundial desde los años 70 hasta volverse absolutamente hegemónico con el triunfo de Italia en España 82. Era un fútbol de pocos espacios y marca personal férrea; lo que se imponía era aprovechar al máximo los pocos metros que el rival dejaba. Diego era físicamente ideal para este fútbol, la cintura cerca del piso le permitía quebrarla a discreción y su fortaleza y habilidad de piernas le daban un veloz pique corto con impecable dominio de pelota, pero ese dominio era siempre llevando el balón por detrás del eje del cuerpo, la imagen es de “maraña”, de juego de despliegue reducido.
Pelé era un jugador elegante, dueño de amplias extensiones de campo de juego, piernas (y físico) de atleta, la pelota siempre delante de su ser, el pecho y la cabeza en alto; su imagen recordaba al de un varonil y orgulloso bailarín de ballet. Así era Alonso, no gratuitamente le pusieron el “Pelé blanco” después de culminar ante Santoro la obra que Pelé dejó inconclusa ante Mazurkiewicz. Si de Maradona decimos “habilidad”, de Alonso debemos decir “destreza”, Maradona “resolvía” rápidamente el juego, Alonso “desplegaba” el suyo. El Beto era un jugador hecho para los amplios espacios del Monumental, mientras Diego estaba hacho para la pequeña y dificultosa canchita de la Paternal, dos exponentes del juego exquisito, el de la gambeta de espacios reducidos y el de la contundencia ofensiva del gran estadio. Por ello creo que junto con Bochini (el máximo exponente del juego de toque), forman la gran trilogía del fútbol moderno en la Argentina.
No me queda ninguna duda que tenía todo para escribir su nombre junto a Pelé y Diego en lo más alto de la historia del fútbol mundial ¿Por qué no lo hizo? Porque fallaba en algo en que el negro y Maradona descollaban: mentalidad. Alonso fue débil mentalmente, requería siempre la reconfirmación de lo que era de parte de los demás, necesitaba un marco favorable para potenciarse; a diferencia de Diego, que se agigantaba en la adversidad, Alonso mostraba sus falencias cuando lo dejaban sólo, por ello no pudo ser él en Europa, por eso sus conflictos casi adolescentes con Menotti que le impidieron ser la estrella del 78; apenas un pincelazo de su genio en un taco para gol. Todavía hoy lo podemos ver por TV inseguro de lo que fue, defendiendo una jerarquía que a nadie se le ocurriría negar.
Este Alonso, tan extraordinario como débil, fue jugador de Vélez.

Esto en su momento fue un orgullo para todos los velezanos, incluso para quienes más lo defenestran hoy. Es que era una contundente señal de crecimiento de nuestro club. Alonso no habría accedido a jugar en Argentinos, ni siquiera en Huracán o Central; que aceptara jugar en Vélez significaba que Vélez tenía ya la categoría suficiente para contenerlo. Petracca (decidido a ganar un título, más allá de las pavadas que digan hoy algunos contra esa realidad), armó un verdadero “dream team”; trajo al símbolo de Boca, Pernía; al arquero de mayor ascenso, Pumpido; al campeón del mundo, Killer y se aprovechó de la pelea del Beto con Di Stefano para tentarlo a mudarse a Liniers. Alonso, por las debilidades de su personalidad ya dichas, era de por sí conflictivo, Labruna lo manejaba paternalmente, pero ya no estaba; Alfredo Di Stefano esperó tener un campeonato en su haber (Nacional 81) y conseguir así la legitimidad necesaria para dejar de soportarlo. El 10 y el DT chocaron irreconciliablemente y en Liniers se estaba armando un equipo histórico, la propuesta de Petracca era suficientemente buena para agarrar viaje y Alonso salió a la cancha vistiendo una Sportlandia el 14 de febrero de 1982 para caer 0-1 en Rosario ante Renato Cesarini.
La siguiente fecha del Nacional 82 fue recibiendo a Guaraní Antonio Franco; a pesar de la derrota previa la popular local estaba llena, la barra lucía banderas nuevas, cuadradas y de palos. Todos querían ver a esa acumulación de estrellas que era Vélez, las adquiridas y las propias como Bianchi e Ischia; pero sobre todo querían ver al Beto con la camiseta de Vélez puesta. Me recuerdo un chico de primaria subido con otro puñado de congéneres al techo del bañito de la popular oeste, extrañado por el atronar de un Alooooonso Alooooonso saliendo de debajo de un enjambre de banderas azules y blancas, para mi ese era el grito símbolo de la hinchada que más odiaba (River nos tenía de hijo). También recuerdo a centenares de gallinas que no estaban dispuestos a abandonar a su ídolo, y menos a privar a sus ojos de sus artes. Aquella era una época más sana, los detectados (que no hacían mucho por esconderse) sólo recibían cargadas por la pérdida de su máximo fetiche en manos del club con más proyección de grandeza.
Pero Vélez no fue la excepción a la regla que dicta que las sumatorias de estrellas se resisten a convertirse en equipo, la campaña en ese Nacional fue muy errática. Alonso, venía del banco de River con poco fútbol y deterioro físico, más de una vez tuvo que hacer banco para entrar en el segundo tiempo por el Pino Hernández. Vélez se quedó afuera rápidamente con pena y sin gloria. Pero para el Metro, Lorenzo -con el fracaso reciente como espuela- logró amalgamar nombres e iniciar una campaña esperanzadora. Lorenzo empezó con su sello: 1 a 0 a Sarmiento de local jugando horrible. El Gráfico cita a un hincha: “Nos vamos a tener que acostumbrar a esto: un gol y a sufrir”. Pero por suerte el Toto comprendió que los nombres que tenía no coincidían con la mezquindad que lo caracterizaba. A Alonso lo liberó del rol de centrodelantero que traía del último River diciéndole “sos el mejor 10 de la Argentina”, lo libró a su creatividad y fue un 10 que se corría hacia el 9 (también como Pelé). Ischia se postuló como su JJ López. Cuando se iba arriba la movilidad del triángulo Bianchi – Alonso – Comas desarticulaba a cualquier rival.

Se venía River, esperaba el partido con un tobillo dolorido después de un choque con Heredia, pero no se lo iba a perder. El Gráfico le hace una nota en la que habla más de River que de Vélez, un hecho imposible en el contexto absurdo del absurdo fanatismo actual. Pero Vélez había traído un símbolo de River, era más absurdo esperar otra cosa, en aquella época se entendía esto (y se “entendía” en general).
Alonso sale por primera vez al monumental con una camiseta visitante para hacer un gol histórico, de cabeza por encima de Fillol (Alonso, como Pelé, fue un gran cabeceador), el primer gol no gritado que recuerdo, no gritado por él, pero si con desenfreno por los miles de fortineros en la segunda bandeja; aunque no con tanto desenfreno como gritamos a nada del final el 3 a 2 de Lucero mientras las gallinas festejaban todavía un 2 a 2 casi sobre la hora remontando un 0-2 que parecía irrevocable teniendo a un Lorenzo en el banco.
Vélez llegó a la punta con Alonso al máximo, con todo el viento a favor. Pero una noche en Parque Patricio nos sorprendió un 0-3 recibido de parte de las ruinas de lo que había sido un gran equipo. Vélez piloteó unas fechas más, pero era evidente que se caía, y se cayó; y con Vélez se cayó Alonso. Sin el viento a favor Alonso no volaba, y en Vélez era un extraño, no había consideraciones, comenzó a escaparse detrás de sus nanas; dolores como el del tobillo que no le impidió entrar al monumental a llorar un gol rencoroso, ahora lo dejaban afuera con demasiada asiduidad, el público se impacientaba, el Alonsooo Alonsooo casi no volvió a escucharse nunca más.
Vélez perdió la punta y con ello la presión que Killer había sintetizado después de la primera fecha: “Tenemos la obligación de salir campeón y eso puede llevarnos al descontrol”. Se recuperó, y, sin presión recuperó también a Alonso. ¿Hasta cuándo? Hasta que fuimos a La Plata a bajar a Estudiantes y entrar de nuevo a pelear el título. En La Plata estaba un Bilardo ya pretendido por Grondona que necesitaba un campeonato para desplazar a Menotti. Vélez superó claramente a Estudiantes durante el primer tiempo, el gol era cuestión de tiempo y quedaban para ello 45 minutos más, pero una bomba en el vestuario de Vélez suspendió el partido. Un viejo “vivo” destronado por uno nuevo, de nueva escuela, con menos límites. Mucho después se completó el partido con un Vélez otra vez caído por la presión (otros eran más audaces), Estudiantes ganó 1 a 0, se fue directo al título y Bilardo a la selección.
La presión y la caída trajo a Vélez al Alonso conflictivo, su tendencia a pararse como centrodelantero definidor fue la base para chocar con Bianchi, "Jugando con un poco menos de egoísmo, hubiéramos hecho más goles", dijo el goleador, después de un triunfo ante River que pudo ser una paliza histórica. El 10 quería otro gol despechado ante su ex novia. Alonso contestó “Bianchi o yo”, se dijo que hubo manos al aire, pero encerrados a la vieja usanza se arregló el problema y ambos siguieron en el club, Bianchi metiéndola y Alonso saliendo del equipo acusando nanas.
Siguió un corto Nacional con un Alonso con buen promedio de gol (6 en 12 partidos). River nos dejó afuera por la mínima en octavos. Fue el prologo de su despareja despedida en un Metro en el que Vélez arrimó, pero los animadores fueron otros. Alonso jugaba cada vez menos.
Santili se presentó como candidato a la Presidencia de River con la vuelta de Alonso como principal consigna, ganó por robo y el Beto impuso el cumplimiento de una cláusula de su contrato a Petracca (si River ponía la plata que puso Vélez se lo llevaba) para irse a hacer banco al equipo histórico del Bambino Veira.
En el primer partido de Alonso con River en Vélez fue el más insultado por la popular local. No parecía haber quedado nada. Sin embargo, hoy, a la distancia, puedo recordar en azul y blanco pinceladas mágicas de uno de los más grandes jugadores del fútbol argentino. Recuerdo m

Alejandro Irazabal
Soy de River, me emociono tu nota, gracias.
ResponderEliminarMuy buena nota!!!
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