miércoles, 22 de noviembre de 2006

Hubo Otro Vélez

Hubo otro Vélez. Un Vélez de escasa gloria. Sin copas, sin tribunas azules y blancas, llenas de manchas color cemento, o del marrón del tablón ajeno.
Hubo un Vélez más chico. Lo conocí de la mano de mi abuelo, en unas canchas de bochas que se llevó el progreso de plateas y autopistas. Lo conocí cuando no había Chilaverts ni Bassedas vistiendo modernas Umbros, era un Vélez de sportlandias enfundando Virgalitos y Escandones. Un Vélez derrotado por All Boys en un potrero con pretensiones de primera, una bellísima postal de un Buenos Aires que, incluso entonces, ya se iba. Entonces no lo noté, por eso al ver a esos “muchachos de antes” correr sobre barro y bajo lluvia me pregunté ¿esto va a salir en los diarios mañana? Se me aparecía como poca cosa para tener alguna trascendencia. En la tribuna no éramos más de 500, liderados por un muchachote sin mayores aspiraciones personales que una garganta en grito de gol en los siguientes minutos. El gol no llegó, rara vez llegaba, sólo lo suficiente para seguir en primera.
Aquel Vélez no rumoreaba renuncias de comisiones directivas por quedar afuera de copas, las copas estaban en Avellaneda, alcanzaba con una buena racha.
En ese Vélez nos aferrábamos a historias mínimas, un Nacional que muchos no habíamos visto, una fiesta aguada no hacía mucho, más lejos, 8 puñaladas de venganza por una canallada roja.
Y no mucho más, algún héroe que no odiaba al vino tanto como al sol.
Un Vélez pequeño, que no debe volver, pero que se extraña. Una infancia de juguetes caseros, que sabemos que debió tener Mecanos y Cerebros Mágicos, pero que igual añoramos con su balero del palo y la lata.
En ese Vélez también se discutían técnicos y jugadores. Jugadores sin pergaminos, a los que pedíamos más entrega que títulos, como si lo que hiciera falta es estar a la altura de la derrota y no salir de ella.
Cuando este Vélez comenzó a irse, hubo uno que, a modo de despedida, concentró todos los odios y amores juntos, nunca nadie provocó tantos ojos moros y manos machucadas, ambas velezanas. Por mi parte debo reconocer que nunca insulté tanto a un ser humano.
Y juro aún hoy que lo merecía ¿Acaso tenía derecho a jugar con lo justo? Siempre me pregunté si se bañaba después de cada partido; si lo hacía, era por ritualismo puro.
En aquel tiempo, a falta de campeonatos, elevábamos partidos, partidos realmente memorables; y en una de esas injusticias que sólo el fútbol puede entregar, quien menos lo merecía nos regaló una página inolvidable.
Promediaban los 80 y observaba el país, el Bocha cumplía 500 espectáculos de magia. Del otro lado había un mago que sabía todos los trucos, pero por desgano los dejaba siempre inconclusos.
Fabián Vázquez salió a la cancha esa tarde con su odioso paso cansino y despreocupado, insulté a voz en cuello cuando dieron su nombre, y empezó la función.
Esa vez se ve que se había tomado el trabajo de estudiar el libreto, salían conejos de la galera de Bochini, el Indio respondía con pañuelos, golpe a golpe, una función de lujo, el gran truco por el que parecían competir a muerte era quien achicaba más la pelota, al final salieron los utileros con lupas. Fue un empate, 2 a 2, no podría precisar quien ganó el duelo de ilusionistas, pero me quedo con aquella obra de mi odiado Vázquez que festejó saludando brazo en la cintura e inclinación galante. Lo reconozco, aplaudí, nunca aplaudí tanto a un ser humano.
Hoy, llenos de gloria, aquellos truquitos parecen menores, pero sólo parecen. Aquellos no tenían como compañeros a Chilaverts ni Bassedas, y estos no enfrentaban cada domingo a Bochinis, Maradonas, Alonsos, Babingtons, Brindisis, Housemans, Kempes, etc. etc.
Si Goliat hubiera vencido a David, los Filisteos habrían celebrado, pero el triunfo del pequeño David fue disfrutado por Israel como sólo puede hacerlo el débil.
Fabián Vázquez participó luego de la gloria, hoy me suena inmerecido; pero si observo hacia atrás, no puedo dejar de reconocer que nadie más que él, cargado de odios y amores, lleno de silbidos y aplausos, tenía más derecho a representar a aquel viejo Vélez en el nuevo.
Yo, por mi parte, no me arrepiento de mis silbidos, pero menos aún de esa tarde de aplausos.

Alejandro Irazabal

martes, 19 de septiembre de 2006

Una Salvación Peligrosa

Ante la mínima dificultad económica en el club aparecen todo tipo de clarividentes con soluciones extraordinarias. Por lo general estas soluciones implican algún auxilio externo, la fantasía del salvador tiene efectos tranquilizadores que no posee la confianza en las fuerzas propias.
Los “noventistas” insisten en la “moderna” incorporación al club de capitales privados. En sus bocas estos capitales aparecen como seres llenos de buena voluntad que con su dinero hacen magia, magia de la que supuestamente no deberíamos quedar afuera.
Intentaremos aquí hacer algunas reflexiones simples sobre esta creencia ilimitada en las facultades benéficas de la acción mercantil aplicada a los clubes.
La primer pregunta es ¿Qué beneficio trae la inversión privada?
La respuesta es obvia “obtener capitales que de otro modo no se podrían conseguir”.
Pero ¿Hay algún emprendimiento que pueda encarar Vélez para el que no podría obtener fondos por sus propios medios?
Vélez tiene la posibilidad de acceder a créditos y de generar recursos propios suficientes para iniciar la obra que desee u alcanzar cualquier objetivo que se proponga. Como ejemplo tenemos la venta de jugadores actual, Vélez en sólo días logró un par de decenas de millones de pesos.
Entonces ¿Por qué resignar una porción del negocio? Y peor ¿Por qué resignar el dominio del negocio?
Si un capital privado está dispuesto a invertir en Vélez les aseguro que no es por solidaridad con el club, sólo lo haría si visualiza en esa inversión una importante ganancia. Si podemos obtener el capital suficiente para quedarnos con el 100% de los beneficios que visualiza el privado ¿Por qué regalarle una porción o todo? El capital hace una inversión porque sabe que la recuperará y ganará dinero, nosotros también lo haremos si realizamos esa misma inversión.
Otros consideran que el empresario traerá una ingeniería de gestión. La realidad es que en general el capital suele invertir en asuntos muy disímiles entre sí, lo que hace es contratar a especialistas en cada cuestión en la que ingresa, que en el caso del deporte suelen ser... ¡dirigentes de clubes!
También suele destacarse que los empresarios realizan estudios de mercado y contratan elementos capacitados, nada de esto es algo que no podamos hacer, no hay razón para compartir un peso.
Alguien podrá decir que en definitiva un crédito es una especie de inversión privada, un capital financiero que nos facilita fondos y se lleva una fracción (interés). Pero aquí está la clave de la cuestión, el dominio de esa “inversión” es absolutamente nuestro. Si en algún caso es necesario acudir a algún aporte de capitales privados, estos deben subordinarse a Vélez y no Vélez a ellos, como ha ocurrido siempre en los clubes argentinos, miremos algunos pocos casos:
El primero fue Mandiyú, “comprado” por el diputado Tito Cruz. Este individuo organizó una sucesión de despropósitos y caprichos imposible de existir en un club donde cada acto tiene un costo político. El fin de Mandiyú lo conocemos: su desaparición (hoy recuperado por su gente como Textil Mandiyú).
Otro caso paradigmático fue Quilmes, en este caso se trató de uno de los grupos económicos más “serios”, el grupo Exxel. Se iba a convertir en la puerta de entrada a las privatizaciones de los clubes. Sin embargo tampoco la seriedad de la “gran empresa” lo salvó de las arbitrariedades propias de los privados, el Exxel decidió reorientar sus inversiones y desapareció de Quilmes de un día para otro, intentando quedarse con sus 27 jugadores. Al fin llegaron a un acuerdo “ventajoso”: Quilmes se quedó en la B y sin futuro, Exxel le saqueó sus divisiones inferiores.
T y C metió sus dedos en Argentinos, los hinchas del bicho se quedaron sin equipo, se lo llevaron a Mendoza. Argentinos quedo librado a su suerte ante el fracaso económico de la aventura y en 1996 descendió.
A Alvarado de Mar del Plata lo tomó Telemarket, llenaron el equipo de matungos con nombre, las barbaridades tuvieron por corolario al club sin luz eléctrica por falta de pago.
El caso más grotesco no llegó a ocurrir: ISL, una empresa quebrada, intentó descargar su crisis en San Lorenzo (también tenía casi cerrado un acuerdo de palabra con Macri para Boca). Los medios iniciaron una apología del gerenciamiento sólo comparable a la de Neustadt ante las privatizaciones menemistas. Por suerte muchos socios de San Lorenzo no se tragaron tan fácil el asunto y retrasaron la operación. La situación de ISL era tan catastrófica que no resistió y declaró su quiebra.
Podríamos llenar la revista de casos: Chaco For Ever con una empresa que se declaró insolvente y llevó al club a la quiebra, no desapareció gracias a una ley de fideicomiso; Atlanta también quebrado y otros clubes que gracias a los capitales privados hoy “brillan” en el fútbol argentino: All Boys, Villa Dálmine, Defensores de Belgrano, Villa San Carlos, etc.
El denominador común es uno: cuando se va el inversor el club queda peor que cuando llegó.
¿Por que creer que la panacea la tienen entidades sumergidas en una lógica donde la inestabilidad es la norma como es el mercado?
No existe en la economía argentina nada más estable y perdurable que los clubes, la comparación de mortalidad empresaria con la de los clubes es abismalmente favorable a estos. Una de las claves está en las estructuras de control que tiene una Asociación Civil, inexistentes en una empresa que no debe pagar costos políticos por sus errores.
Los defensores de las mil formas posibles de privatización suelen esgrimir el argumento de “lo bien que les va en Europa”, dejando de lado las barbaridades que ocurren en Italia por convertir al fútbol, no ya en principalmente un negocio, sino en exclusivamente un negocio, recordémosle a estos paladines de la eficacia que la institución deportiva más grande del mundo es un club, el Real Madrid, al igual que su rival Barcelona.
Otro ejemplo de estos privatizadores es el deporte estadounidense, en especial su estelar Futbol Americano. Pero sólo logran decir esto gracias a la liviandad con que se puede decir cualquier cosa en los medios argentinos, sino, alguien debería recordarles que el equipo emblemático de este deporte, el más perdurable y el que más títulos ha ganado, es Green Bay, un equipo comunitario.
Pero no todo es una cuestión de ineficacia, los gerenciamientos y otras formas de privatizaciones más abiertas o encubiertas, están muchas veces al borde de lo delictivo: no sólo usufructúan ilegítimamente el patrimonio social levantado por varias generaciones de socios, sino que en muchas ocasiones les ha servido de pantalla para evadir impuestos y hasta para lavar de dinero.
El lugar del capital privado en un club es el de sponsor, es decir, financista de las acciones que el club decida y bajo la dirección del club.
Si algún capital inversor desea utilizar a Vélez para hacer un determinado negocio, lo hace para explotar un posicionamiento que tiene Vélez y ese capital no, usemos adecuadamente ese posicionamiento nosotros, 100% en nuestro propio provecho.

Alejandro Irazabal

martes, 12 de septiembre de 2006

Una de Locos

Carlos Cavagnaro fue un caso atípico en el fútbol argentino. Con sólo 22 años se puso al frente de un equipo de primera división, convirtiéndose en el técnico más joven de la historia.
Contrariamente a lo que muchos creen, había jugado al fútbol, jugó en inferiores de Vélez, pero lo suyo era el análisis técnico táctico, no la vulgaridad de patear una pelota. Siendo sólo un adolescente obnubiló a Don Victorio Spinetto con su sapiencia futbolera y este lo convirtió en su ayudante. La puerta del fútbol se le abrió y desde entonces se niega a salir, mostrando una persistencia en el fracaso, sólo comparable con la constancia para el éxito de los Elegidos.
Lo dicho nos habla de todo un personaje, y, evitando contradecir tipologías, Cavagnaro lo es.
Su mente audaz y su origen relativamente no futbolero le permitía no someterse a esas estructuras propias de cada ambiente, que se toman por verdades absolutas cuando no son más que arbitrariedades consensuadas sin oposición alguna. Por ello Cavagnaro aplicaba ideas que al mundo del fútbol le parecían disparatadas.
Una de ellas consistía en ejercitaciones destinadas a fijar hábitos mentales de juego, por ejemplo, practicar movimientos tácticos sin rival. El equipo se formaba y comenzaba a jugar sin oponente alguno; de este modo, la perfección de lo ejecutado sin resistencia colaboraba con más fuerza a sellar mentalmente la táctica colectiva.
Pero Cavagnaro iba más allá, él creía que para que esto tuviera un efecto máximo se debía acercar la realidad del entrenamiento todo lo posible a la del partido del domingo, por ello, obligaba a los jugadores a festejar de cara a una tribuna imaginaria los goles convertidos a un equipo ausente.
Cierta vez, dirigiendo uno de estos ejercicios en Vélez, el Pepe Castro se olvidó de gritar una de sus conversiones en un arco vacío. Cavagnaro no tardó en recriminarle esta actitud boicoteadota de la simulación de realidad que pretendía construir, pero Castro retomó la ficción a su manera: “Carlos, estoy peleado con la hinchada”.

Alejandro Irazabal

viernes, 4 de agosto de 2006

¿Puede Vélez ser un “Club de Fútbol”? (Segunda Parte)

Desde que en el N° 6 de La V de Vélez explicamos por qué considerábamos que Vélez no podía subsistir normalmente reduciendo su existencia al fútbol, hemos recibido todo tipo de adhesiones y críticas.
Sin embargo, muchas de estas críticas y adhesiones no daban en el eje de la cuestión; por ello aquí hemos decidido hacer algunas precisiones.
Lejos de, como muchos creen, ser amantes del cestoball, nuestra relación con Vélez pasa principalmente por el fútbol. Si bien valoramos y hasta disfrutamos de otros deportes y actividades, somos hinchas de fútbol, y nuestras inquietudes responden a nuestro deseo de verlo brillar nuevamente.
Por ello la pregunta del título de la nota anterior no se preguntaba si Vélez “debía” ser un club de fútbol sino si “podía”. Consideramos que Vélez es dueño de la grandeza actual, no por grandes logros futbolísticos, sino por el desarrollo institucional que su gran hacedor le imprimió allá por los ‘40 y ‘50. Para graficarlo más, historiemos un poco la cuestión:
En los orígenes de los clubes que animan el fútbol argentino hoy, la inmensa mayoría se hallaba en condiciones más o menos igualitarias. Grupos de criollos e inmigrantes enamorados de ese extraño juego que practicaban los ingleses, comenzaron a fundar clubes para practicarlo
en situaciones muy similares.
Luego, cada club hará una experiencia histórica que lo convertirá en más grande o más chico:
ligarse a una comunidad nacional (Boca a los italianos o Independiente a los españoles), obtener éxitos deportivos (como Racing y Huracán), o por oposición a otro club en crecimiento (como San Lorenzo antes de la llegada de Lángara había crecido por oposición a Huracán, y River a Boca)
Del mismo modo en que nosotros hoy estamos haciendo crecer a Chicago.
Vélez nace en las mismas condiciones que, por ej., Estudiantes de Devoto, All Boys, Atlanta o tantos otros. Clubes incrustados en barrios de sectores de la clase media porteña, de un nivel de apasionamiento muy moderado.
Transcurrida apenas una década de profesionalismo, Vélez comenzará a seguir el mismo camino de estos clubes, desciende y no vuelve fácilmente. Empieza el “sube y baja” que caracteriza a estos clubes, o el “baja y no sube”.
¿Cuál es la experiencia histórica que hace a Vélez grande y lo saca del destino signado para todos estos clubes? El crecimiento institucional.
Un tano visionario entra en escena en los ‘40, y en lugar de dedicarse a salvar las papas cada día, comienza a edificar un estadio de club grande, y un estadio que es un club en si mismo, lleno de salones y gimnasios, mientras otros sólo levantaban algunos escalones.
Una vez superada la crisis, ya en los ‘50, empieza a hacer el club de sus sueños: lo llena de actividades e infraestructuras para desarrollarlas. Hacia finales de esa década el club contenía: básquet, voley, natación, atletismo, patín, hockey sobre patines, judo, baseball, bochas, pesas, gimnasia, teatro, folklore, etc., etc.; incluso muchas que ya no tenemos como boxeo o waterpolo.
Esto lleva a Vélez, de 500 socios en 1940 (debió mentirse en planilla para poder jugar el torneo de segunda), a 40.000 a fines de los ‘50.
En el número anterior dijimos que los éxitos de los noventa no son más que la capitalización de este desarrollo institucional, en este iremos más allá: sin este desarrollo, lo más probable es que ni siquiera la década del ‘90 nos encontrara en primera, o, con algo de fortuna, peleando por permanecer en la máxima categoría, pero muy lejos de cualquier copa internacional ¿No es esta la realidad de todos los clubes similares a Vélez que no se desarrollaron integralmente?
En los noventa nos emborrachamos de gloria, la ebriedad nos llevó a olvidar nuestras bases de sustentación. A este olvido vino a contribuir una crisis económica que golpeó a la clase media y una retracción de la vida social.
Pero, aunque muchos se resistan a cambiar el almanaque 1995, la situación ha variado. Aproximadamente desde el 2003 podemos reconocer una contratendencia hacia la articulación de la vida social, pequeños clubes que nos rodean han comenzado a usufructuarla, si no nos apresuramos a subir a este tren, corremos el riesgo de que se aleje del andén.
Si no vemos que no podemos vender jugadores al mismo precio que River, ni hacer giras por China como Boca, ni vender merchandising por miles de pesos en Tierra del Fuego, si insistimos en campañas de socios basadas en el fútbol, si seguimos negándonos a invertir en el club, corremos el riesgo de trabar definitivamente nuestro crecimiento.
El presidente Balestrini declaró algunos números atrás que la necesidad de este año consistía en unos 15 millones de pesos, por esa cifra se debía vender. Si tuviéramos 50.000 socios que paguen $30 no habríamos necesitado vender a nadie para salvar las papas, y esa cifra de asociados es muy menor a las que conseguimos en otras épocas. Hoy hay clubes que pasan los 60.000 socios, clubes a los que la crisis de los ‘90 también diezmó. ¿Por qué no podemos recuperarnos también nosotros?
Si queremos tener el equipo que soñamos, si queremos decidir nosotros a que jugador ponemos en el mercado y evitar que sea el comprador quien decida que llevarse, sin importar que no tengamos un reemplazante en su puesto, si queremos recuperar la gloria futbolística de hace una década, sólo hay un camino, el mismo de Amalfitani, el que nos hizo grandes: desarrollar nuestro club.

Alejandro Irazabal

viernes, 2 de junio de 2006

¿Puede Vélez ser un “Club de Fútbol”?

Algún tiempo atrás, el presidente de nuestro club puso al fin en palabras el pensamiento intimo de algunos: “Vélez es un club de fútbol”.
Hacer esta afirmación en la institución de Don Pepe, para quien “cada chico que entra con su bolsito al club es un campeonato”, es por lo menos una audacia.
Más allá de que estemos conceptualmente en desacuerdo con esa afirmación, la intención de esta nota no es debatir concepciones de club (un debate que es muy necesario por cierto), sino que intentaremos discutir la factibilidad de esta sentencia, es decir, consideramos que Vélez no puede ser un club de fútbol, y que si lo intentara, terminaría perjudicándose seriamente, incluyendo a su fútbol.
El fútbol, como todo en la sociedad capitalista en la que vivimos, tiende a ser un producto que se vende, una mercancía a realizar en un mercado ya sea directa o indirectamente.
Vélez no puede vivir de ese producto llamado fútbol por una razón muy sencilla: no tiene mercado.
Vélez es un club que ha crecido en hinchas como nadie en este país en los últimos años, sin embargo, los datos duros, las encuestas más rigurosas, dan números muy magros a la hora de canalizar materialmente esa cantidad de simpatizantes.
Veamos los primeros puestos de la última recolección de datos que ha tomado dominio público: Boca encabeza con 33,2%, seguido de River con un 32,3, el 3° es Independiente con el 9,4, 4° San Lorenzo con 7,9, 5° Rácing con el 6,3 y 6° Vélez con un 2,8%.
Es importante aclarar que está encuesta es una de las que mejor nos posiciona, las que habían sido publicadas hasta aquí nos daban porcentajes más bajos.
Si tenemos en cuenta que este relevamiento tuvo como universo a la Capital y el Gran Buenos Aires, una proyección de estos datos nos daría aproximadamente 340.000 hinchas de Vélez entre esos mismos límites, contra los 4 millones cada uno de Boca y River.
¿Puede Vélez con esta desventaja en la demanda vivir del fútbol? Miremos un ejemplo emblemático. Se suele coincidir que el ingreso más genuino de un club son los socios, Boca ha realizado una campaña de suscripción de socios basada en el fútbol que lo ha llevado (éxitos innumerables mediante) a aproximadamente 65000 asociados. Una campaña de socios basada en el fútbol (como las que se han hecho en los últimos tiempos), igual de exitosa que la de Boca, nos dejaría sólo en 5400 socios. Y recordemos que Boca tiene posibilidades de obtener asociados fuera de Buenos Aires, posibilidad muy limitada en nuestro caso.
Si trasladamos estas cifras a cualquier otra forma de obtención de recursos en base al fútbol, veremos que la única forma de que Vélez viva de él es como fabrica de jugadores, es decir, mediante el desmantelamiento permanente de los planteles.
Vélez se hizo grande por su crecimiento institucional, en 83 años Vélez sólo obtuvo un título futbolístico. Si no fuera por su carácter social y multideportivo no hay razón alguna para imaginar que Vélez llegara a ser algo más que All Boys o Estudiantes de Caseros. Fue el crecimiento del club durante décadas lo que se capitalizó en los 90 en el plano futbolístico. Que la gloria de esta capitalización no nos maree y haga ver invertidamente.

Alejandro Irazabal