
Contrariamente a lo que muchos creen, había jugado al fútbol, jugó en inferiores de Vélez, pero lo suyo era el análisis técnico táctico, no la vulgaridad de patear una pelota. Siendo sólo un adolescente obnubiló a Don Victorio Spinetto con su sapiencia futbolera y este lo convirtió en su ayudante. La puerta del fútbol se le abrió y desde entonces se niega a salir, mostrando una persistencia en el fracaso, sólo comparable con la constancia para el éxito de los Elegidos.
Lo dicho nos habla de todo un personaje, y, evitando contradecir tipologías, Cavagnaro lo es.
Su mente audaz y su origen relativamente no futbolero le permitía no someterse a esas estructuras propias de cada ambiente, que se toman por verdades absolutas cuando no son más que arbitrariedades consensuadas sin oposición alguna. Por ello Cavagnaro aplicaba ideas que al mundo del fútbol le parecían disparatadas.
Una de ellas consistía en ejercitaciones destinadas a fijar hábitos mentales de juego, por ejemplo, practicar movimientos tácticos sin rival. El equipo se formaba y comenzaba a jugar sin oponente alguno; de este modo, la perfección de lo ejecutado sin resistencia colaboraba con más fuerza a sellar mentalmente la táctica colectiva.
Pero Cavagnaro iba más allá, él creía que para que esto tuviera un efecto máximo se debía acercar la realidad del entrenamiento todo lo posible a la del partido del domingo, por ello, obligaba a los jugadores a festejar de cara a una tribuna imaginaria los goles convertidos a un equipo ausente.
Cierta vez, dirigiendo uno de estos ejercicios en Vélez, el Pepe Castro se olvidó de gritar una de sus conversiones en un arco vacío. Cavagnaro no tardó en recriminarle esta actitud boicoteadota de la simulación de realidad que pretendía construir, pero Castro retomó la ficción a su manera: “Carlos, estoy peleado con la hinchada”.
Alejandro Irazabal
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