Sin embargo, muchas de estas críticas y adhesiones no daban en el eje de la cuestión; por ello aquí hemos decidido hacer algunas precisiones.
Lejos de, como muchos creen, ser amantes del cestoball, nuestra relación con Vélez pasa principalmente por el fútbol. Si bien valoramos y hasta disfrutamos de otros deportes y actividades, somos hinchas de fútbol, y nuestras inquietudes responden a nuestro deseo de verlo brillar nuevamente.
Por ello la pregunta del título de la nota anterior no se preguntaba si Vélez “debía” ser un club de fútbol sino si “podía”. Consideramos que Vélez es dueño de la grandeza actual, no por grandes logros futbolísticos, sino por el desarrollo institucional que su gran hacedor le imprimió allá por los ‘40 y ‘50. Para graficarlo más, historiemos un poco la cuestión:
En los orígenes de los clubes que animan el fútbol argentino hoy, la inmensa mayoría se hallaba en condiciones más o menos igualitarias. Grupos de criollos e inmigrantes enamorados de ese extraño juego que practicaban los ingleses, comenzaron a fundar clubes para practicarlo
en situaciones muy similares.
Luego, cada club hará una experiencia histórica que lo convertirá en más grande o más chico:
ligarse a una comunidad nacional (Boca a los italianos o Independiente a los españoles), obtener éxitos deportivos (como Racing y Huracán), o por oposición a otro club en crecimiento (como San Lorenzo antes de la llegada de Lángara había crecido por oposición a Huracán, y River a Boca)
Del mismo modo en que nosotros hoy estamos haciendo crecer a Chicago.
Vélez nace en las mismas condiciones que, por ej., Estudiantes de Devoto, All Boys, Atlanta o tantos otros. Clubes incrustados en barrios de sectores de la clase media porteña, de un nivel de apasionamiento muy moderado.
Transcurrida apenas una década de profesionalismo, Vélez comenzará a seguir el mismo camino de estos clubes, desciende y no vuelve fácilmente. Empieza el “sube y baja” que caracteriza a estos clubes, o el “baja y no sube”.
¿Cuál es la experiencia histórica que hace a Vélez grande y lo saca del destino signado para todos estos clubes? El crecimiento institucional.
Un tano visionario entra en escena en los ‘40, y en lugar de dedicarse a salvar las papas cada día, comienza a edificar un estadio de club grande, y un estadio que es un club en si mismo, lleno de salones y gimnasios, mientras otros sólo levantaban algunos escalones.
Una vez superada la crisis, ya en los ‘50, empieza a hacer el club de sus sueños: lo llena de actividades e infraestructuras para desarrollarlas. Hacia finales de esa década el club contenía: básquet, voley, natación, atletismo, patín, hockey sobre patines, judo, baseball, bochas, pesas, gimnasia, teatro, folklore, etc., etc.; incluso muchas que ya no tenemos como boxeo o waterpolo.
Esto lleva a Vélez, de 500 socios en 1940 (debió mentirse en planilla para poder jugar el torneo de segunda), a 40.000 a fines de los ‘50.
En el número anterior dijimos que los éxitos de los noventa no son más que la capitalización de este desarrollo institucional, en este iremos más allá: sin este desarrollo, lo más probable es que ni siquiera la década del ‘90 nos encontrara en primera, o, con algo de fortuna, peleando por permanecer en la máxima categoría, pero muy lejos de cualquier copa internacional ¿No es esta la realidad de todos los clubes similares a Vélez que no se desarrollaron integralmente?
En los noventa nos emborrachamos de gloria, la ebriedad nos llevó a olvidar nuestras bases de sustentación. A este olvido vino a contribuir una crisis económica que golpeó a la clase media y una retracción de la vida social.
Pero, aunque muchos se resistan a cambiar el almanaque 1995, la situación ha variado. Aproximadamente desde el 2003 podemos reconocer una contratendencia hacia la articulación de la vida social, pequeños clubes que nos rodean han comenzado a usufructuarla, si no nos apresuramos a subir a este tren, corremos el riesgo de que se aleje del andén.
Si no vemos que no podemos vender jugadores al mismo precio que River, ni hacer giras por China como Boca, ni vender merchandising por miles de pesos en Tierra del Fuego, si insistimos en campañas de socios basadas en el fútbol, si seguimos negándonos a invertir en el club, corremos el riesgo de trabar definitivamente nuestro crecimiento.
El presidente Balestrini declaró algunos números atrás que la necesidad de este año consistía en unos 15 millones de pesos, por esa cifra se debía vender. Si tuviéramos 50.000 socios que paguen $30 no habríamos necesitado vender a nadie para salvar las papas, y esa cifra de asociados es muy menor a las que conseguimos en otras épocas. Hoy hay clubes que pasan los 60.000 socios, clubes a los que la crisis de los ‘90 también diezmó. ¿Por qué no podemos recuperarnos también nosotros?
Si queremos tener el equipo que soñamos, si queremos decidir nosotros a que jugador ponemos en el mercado y evitar que sea el comprador quien decida que llevarse, sin importar que no tengamos un reemplazante en su puesto, si queremos recuperar la gloria futbolística de hace una década, sólo hay un camino, el mismo de Amalfitani, el que nos hizo grandes: desarrollar nuestro club.
Alejandro Irazabal
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