Obviamente, luego cada uno de esos periodistas ingresaba a la cabina a salir al aire a lamentarse amargamente del trágico hecho, para volver rápidamente al pasillo a recabar las últimas informaciones: “¡Los de Huracán! ¿Corresponde quita de puntos si fue desde La Quemita?” Los más “concientes” elevaban su preocupación: “¿Se parará el fútbol?”
Pero quienes siempre se negaron a castigar duramente con reducciones de puntos (al menos en la máxima categoría), salieron a calmar los ánimos: “esto es un hecho delictivo común, ajeno al fútbol”. En otras palabras: a mi no me miren. Del lado del Estado, con la misma urgencia de zafar (el crimen se produjo en la calle y bajo supuesta custodia policial), reafirmaron curiosamente la misma idea. Para colmo de sus males, Vélez había salido a darle duro al responsable nacional del área, diciendo muy poco de la entidad presidida por Grondona (descartamos que atendiendo a evitar una posible quita de puntos, ya que las declaraciones del vocero de AFA parecían alejar esa posibilidad)
¿Se resquebrajó algo de la relación de Vélez con el gobierno? Aunque por algo no se enfrentó a las cámaras quien suele hacer su tradicional gira mediática cada vez que algo de Vélez tiene trascendencia nacional, tampoco fue el presidente ni algún vice. No, fue el Secretario de Actas el encargado de recorrer los medios poniendo la cara a algo tan delicado. ¿Fue elegido este directivo por su especialización en derecho penal? Nada de lo que dijo mostró la necesidad de poseer ningún conocimiento demasiado profundo sobre el tema.
Ni siquiera agregó mucho al juego al que nos entregamos todos: competir para ver quien es el mejor Dupin.
Las primeras hipótesis señalaban el interior de La Quemita y por ende, a la hinchada de Huracán. Hasta se habló de una supuesta “incomodidad” que los hinchas del Globo habrían sufrido en su visita al Amalfitani para presenciar un intrascendente partido por la última fecha del campeonato.
Luego se vio a tipos tirados entre los pajonales cercanos al predio de Huracán. Pero la falta de racionalidad de esta hipótesis llevó a hacer partir los disparos de una parrilla vecina en la que pararían miembros de la barra de San Lorenzo (otros afirman que del Globo). La Butteler tendría un sector rival que necesitaría realizar acciones fuertes para ganar terreno en la interna. Al mismo contexto respondían las acciones del Fiat (Uno para algunos, Duna para otros, para todos blanco), un 206 negro y hasta una Fiorino. Estos autos habrían provocado buena parte del viaje a los “custodiados” micros de Vélez y, más por extensión lógica (o por el deseo de que “sean de San Lorenzo”) que por algún elemento concreto, terminaron señalados por dedos acusadores no muy acompañados por ojos (ni por cerebros). Luego la moto cerca del Amalfitani “marcando” cuales eran los micros de la Pandilla. Después de determinar que eran los últimos dos, habrían mostrado gestos amenazantes y se adelantaron rabiosamente a dar los datos. Pero los micros de la Pandilla no salieron y los últimos de la caravana habrían sido como “dobles involuntarios” de la barra. En uno de ellos iba Emanuel.
Más tarde se dijo que fue a la derecha del micro, después que fue a la izquierda, que “¿por qué nadie del micro habla?”, “hablan los del de atrás, los del de adelante...”, que la bala entró a 30 cm., etc. La infaltable tendencia a convertir a la víctima en victimario, tendencia tranquilizadora: si la víctima o su entorno “hizo algo”, si yo no hago nada similar yo no estaré nunca en ese lugar, las cosas parecen quedar en mis manos.
Pero alguien del micro, íntimamente, habló. Contó como Emanuel tenía medio cuerpo afuera, como entró otra vez completamente al ómnibus, como cayó sobre su amigo, “gordo, dejate de joder”, todo parecía otra tonta broma típica de un chico lleno de vida; pero no, esta vez alguien se la vaciaba, se quejó de un ardor, pidió agua, pidió bajar, no pudo pedir por su vida, tal vez ni notó que se la habían sacado.
Pero la peor de las posibilidades es alguna que los Holmes en que nos hemos convertido no nos animamos a imaginar, tal vez por excesivamente aterradora, porque nos sumiría a todos en un estado se inseguridad casi ontológica: ¿y si este es un “crimen perfecto”? El crimen perfecto es el que no tiene ni siquiera móviles, ni siquiera el disparate de ser miembro de otra barra ¿Cómo develarlo? ¿Por dónde empezar? El crimen por el crimen mismo, el que ni siquiera en el momento de ejecutarlo se piensa como tal, como aquellos chicos que mataron tirando piedras a un tren sin que jamás se hayan enterado de que lo hicieron. ¿Habremos llegado a tanto? ¿Todos nos devanamos los sesos buscando hipótesis porque necesitamos creer que aún no caímos en el abismo del absurdo? Posiblemente deseamos que esto se esclarezca no sólo por llevarle justicia a Emanuel, sino también por nosotros mismos.
Si en este caso no se trata del mero absurdo de la muerte, todo indica que seguimos camino a ello. ¿Alguien notó algún cambio en relación a muertes anteriores? A un lado está la hinchada de River esperando festejar un triunfo, del otro lado la de Vélez que gritará cada gol exactamente igual que el anterior a este crimen, hasta quien escribe los gritará. Luego de los homenajes de rigor, todo seguirá su curso, como siguió Emanuel cuando las víctimas fueron Ulises Fernández o Gustavo Rivero, así seguimos nosotros, y si nos toca ser los próximos, seguirán los demás, nada en el horizonte nos esperanza en algún cambio. Si existiera algún apostador cínico le recomendaría jugarse todo a que esto se repite nuevamente, me lo agradecería con los bolsillos llenos. Otra vez el show debe continuar, otra vez por la misma razón de siempre: se cobra entrada.
Alejandro Irazabal
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