Cada temporada que se pone en marcha trae con ella, “perro fiel pero importuno”, la ya saturante violencia.
No sólo satura la repetición de hechos sin sentido sino, casi tanto como ellos, tener que escuchar otra vez una andanada de razonamientos ultraremachados. Uno de los más clásicos es el que refiere a “un grupo de violentos” que interfiere en un verdadero “fenómeno social como es el fútbol”.
Si esto es así, la violencia y estos “pequeños grupos de inadaptados perfectamente identificables” son cuanto menos una parte de ese fenómeno social, por no decir un fenómeno social en si mismo.
Podemos verlo en varios aspectos:
Son numéricamente muy significativos; cada club, por pequeño que sea, sin importar en que categoría juegue ni de que pueblo del país sea, tiene su barra, que suele estar conformada desde algunas pocas docenas de personas hasta varias centenas de miembros, esto nos da unos cuantos miles de integrantes de estos “pequeños grupos”.
Más importante es a la hora de considerarlos un fenómeno social un segundo hecho: sus acciones están legitimadas desde su exterior, y no hablo sólo de su asiento en intereses de varios tipos, sino también de la gran periferia que aplaude o acompaña pasiva pero aprobatoriamente los peores de sus actos.
Cada vez que se enfrentan dos barras esto queda bien a la vista, miles de personas alientan tanto o más que a sus jugadores a los grupos en conflicto. ¿Cuántos son los que amenazan con cantos cada domingo a la hinchada rival?
Un elemento más complejo que los “legitima” es el hecho inobjetable de que la sociedad los soporta, su propia existencia lo comprueba.
Existencia que ya ha traspasado varias generaciones, demostrando que el lugar social del barra excede a su ocupante temporal.
Las barras, como todo colectivo social, como toda acción humana frente a otro, requieren legitimidad para existir y actuar, requieren la convalidación social de sus actos, y más, es ello una de las principales razones para que los cometan.
La valoración social obtenida por pertenecer y actuar en una barra es una de las causas de sus existencias.
El integrante de la barra de Chacarita que se destaque en un enfrentamiento con otra barra obtendrá una valoración social mayor entre sus pares generacionales de Loyola o Villa Maipú durante toda la semana.
Se podría graduar la capacidad de lucha, el “aguante”, de cada hinchada midiendo la importancia que tiene entre los jóvenes de cada barrio “aguantar con la banda” el domingo o el sábado.
Quienes pasamos cientos de horas en las populares sabemos bien la admiración o al menos temor ascendente que inspiran los que pueblan los para-avalanchas, sin duda podremos descubrir que hasta en nosotros mismos lo han inspirado.
Las barras parecen una deformada evolución de los guapos de esquinas de las primeras décadas del siglo 20, su versión adaptada a una sociedad colectivizada por la industrialización, el fútbol mismo siguió el crecimiento industrial del país.
Sus diferencias con aquellos “guapos” tal vez sea sólo una distorsión producto un exceso de idealización borgiana de aquellos forajidos, proxenetas y asesinos que el escritor de Palermo admiraba como un chico de La Boca idolatra hoy al Rafa Di Zeo.
Es teniendo en cuenta este cuadro que cobra sentido la quita de puntos, no para aceitar los controles dirigenciales sobre un fenómeno que los excede, sino para erosionar la legitimidad que otorga esa enorme periferia a las barras y sus accionares violentos.
Existe una alta probabilidad de que si la consecuencia de estas acciones es un perjuicio deportivo, los hinchas “comunes” vayan quitando consenso a los “violentos”.
Que esto significará injusticias deportivas es tan cierto como inevitable si deseamos atacar seriamente este problema. Será hora de elegir cual es la prioridad: evitar hechos que implicaron muchas muertes en los últimos años o seguir exigiendo una estricta justicia deportiva que no se solicita en otros ámbitos.
Tal vez se desfiguren algunos torneos, pero si aplicamos esta medida avanzaremos enormemente hacia el fin de la violencia en el fútbol.
Sin la legitimación de la que todos participamos posiblemente las barras no desaparezcan, porque su existencia no se agota en ejecutar hechos violentos, pero sí podemos dar un paso enorme hacia su transformación en un hecho festivo.
Alejandro Irazabal
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