Cundo jugaba en Atlanta vivía de la venta de escarbadientes, muy bien empaquetados, hasta entregaba factura a quien lo solicitaba, factura con la debida dirección por si algún cliente necesitaba hacer un reclamo o una devolución, curiosamente esa dirección era en la misma calle que el cementerio de la Chacarita, es más, en la misma vereda.
En Vélez se encontró con quien fue su socio en el juego, Daniel Wellington. Toda la sabiduría futbolística de “El Daniel” era rubricada en la red con la precisión y el olfato goleador de “Pichino”. De ese Carone que vistió la camiseta celeste y blanca en el Sudamericano 66, y que 15 días antes se quedo afuera del equipo que jugo el Mundial de Inglaterra ese mismo año.
En el mismo debut con nuestra camiseta por la Copa Roca, Vélez perdía con justicia ante Boca 2 a 0, “encontramos” un gol y el partido se pone a tiro, en ese entonces se podía hostigar, sin fricción, al arquero cuando este iba a reanudar el juego, pararse adelante y amagar. Con uno de estos hostigamientos que luego serían un clásico de él, “Pichino” comenzó a fastidiar nada manos que a Antonio Roma. En aquella época, los grandes no estaban acostumbrados a que se les “faltara el respeto” y la reacción de Roma no se hizo esperar, codazo, penal y 2 a 2. Suficiente para sacar patente de ídolo entre la gente de Vélez.
Pichino se ensañaba principalmente con los poderosos, por ello a Boca lo tenía de punto. En una oportunidad en la Bombonera, un gran triunfo con un Daniel iluminado, “Pichino” sacó su potrero y conectó un centro en la línea con la cola, no pudo gritar demasiado ese gol histórico, casi todo Boca lo corrió hasta mitad de cancha, nenes como Roma, Rattín, Silveira, etc., lo agarraron de la solapa y le gritaron “hacé los goles que puedas pero no nos cargues más”. La fama de Pichino era inversamente proporcional: mientras crecía el amor de los fortineros, se llenaban de odio el corazón de los rivales.
En aquella época, Estudiantes era otro poderoso. Ganaba de todo basado en una supuesta picardía de dudosa moral. Reinaban en el equipo de La Plata los Bilardos y los Pachames. Pero “Pichino” no se dejaba amilanar por el antifútbol. Muchas veces los dejó en la posición en que ellos solían dejar a los rivales: protestando impotentes ante el árbitro. En algunos casos lograba sacarlos totalmente, a ellos, los vivos del fútbol, los que sacaban rivales como un carpintero clavos. Una inolvidable fue en la mismísima La Plata, Vélez ganó 3 a 2. Aguirre Suárez, un defensor con escasísima técnica, pero poseedor de una vasta capacidad para golpear a mansalva a todo lo que poseyera el don de la vida, perdió el control en derredor de “Pichino”. Afuera los hinchas de Estudiantes, de cualidades humanas similares a las de su defensor, imitaron la actitud del mismo, es más, sin temor a caer en la sobreactuación nos cagaron a trompadas.
Desde la tribuna del medio frente a la platea con techo, éramos pocos y rodeados, a quien escribe le volaron una radio Spica que tenía pegada sobre su oído derecho con medio ladrillo, con un poco más de puntería, no estaría aquí contando esta historia (para felicidad de más de uno). No éramos guapos pero íbamos solos, a La Plata en tren, muy pocas veces Don Pepe nos puso micros y cuando los puso había que pagar. Pero si hubo uno en el que “Pichino” le hizo probar de su propio remedio (y nunca mejor usada esta relamida metáfora) a la banda de Zubeldía, fue aquella vez en que los antifútbol estaban dedicados a su mísera artimaña de cada vez que se ponían en ventaja: hacer tiempo. Pero mientras ellos iban, Carone ya tenía en el bolsillo una colección de pasajes ida y vuelta, tomó el botiquín de Estudiantes y lo arrojó a la tribuna de Vélez. Bilardo, que ya desde entonces era buche, fue corriendo al árbitro Nai Foino y le exigió “Hay que echar a Carone”. Nai Foino con la ironía que lo caracterizaba contesto “Sí, porque tenía que haberlo tirado más lejos”.
Otro record de “Pichino” fue lograr que lo corra un equipo entero, el de Argentinos Juniors. Vélez ganó 4 a 2, con goles de Willington, el polaco Cap y dos veces Carone. Al terminar el encuentro el arquero Miguelucci, que había sufrido a “Pichino” quizás como nunca, dio la orden: “a él”, y todos salieron en busca del goleador. Este, ni lerdo perezoso, volvió a salir del único túnel que había en el centro de la cancha, y se paró al lado de los árbitros del encuentro, mirando a la tribuna de Vélez. Calientes pero aún capaces de evaluar riesgos reglamentarios y físicos, los bichos se volvieron a las duchas.
Carone era un goleador, uno de los más grandes que vistió la V azulada. Cómo entonces no recordar sus goles, que también llevaban su sello, como aquel a Platense. Mientras el arquero Gerónimo hacía picar la pelota, vino en puntas de pie desde atrás, le sacó el balón y convirtió.
La picardía no quita la belleza, sino recordemos aquel gol a River después de una pared con sus socio Daniel, taco por sobre la cabeza de Ramos Delgado, y de voleo, como venía y a la carrera, ponerla en un rincón. En el arco estaba el más grande: Amadeo Carrizo. “Pichino” festejó señalando donde la había puesto, y esto contra aquel River lujoso, aunque escaso en títulos, el de Ermindo Onega y Artime, Pinino Más y tantos otros.
Esas obras cumbres fueron en el arco que hoy tiene a su espalda la tribuna visitante, por ello le he encargado a mi familia que el día que mi vida en este mundo llegue a su fin, mis cenizas sean esparcidas en ese lugar donde el asombro y la alegría siguieron a los mejores goles que me ha tocado presenciar.
Otro grande lo sufrió, el legendario arquero de San Lorenzo Agustín Irusta. Este, como muchos guardametas de la época, marcaba con algodones en el área la ubicación de los postes, para así calcular donde se paraba. Apenas comenzaba el partido “Pichino” se los pateaba. Si comenzamos a contar estas pequeñas picardías debemos pasar de la nota al libro.
Fue injusto que una lesión lo marginara de la gloria del 68 privándolo de ser titular. Lo reemplazó un jugador llamado Nogara, y permitió el advenimiento de alguien de nombre Carlos y de apellido Bianchi. Nogara está en casi todas las fotos de aquel logro, pero en la historia quedó Juan Carlos Carone.
Al final, aquel muchachito que amaba a su Atlanta, es hoy hombre de Vélez, el que se quedó para siempre en el corazón de la gente y en Villa Luro, donde juegue Vélez “Pichino” siempre está, porque se hizo hincha de Vélez y así está enseñándoles el camino a muchos jugadores actuales que cuando no juegan se van a otro lado o quizás a ver otro partido.
Angel García
No hay comentarios:
Publicar un comentario