Ya tenía decidido el tema que iba a tocar en este, mi regreso a “La V de Vélez”. Y estoy seguro de que te iba a gustar, Quique. Me juego lo que no tengo (aunque, no te asustes, no soy de jugar a nada) a que te ibas a devorar la nota. Porque tenía pensado escribir sobre la juventud, esa juventud por la que vos siempre apostaste, esa juventud a la que le dedicaste tu vida. Y a la necesidad de que esa juventud tenga más participación en la vida del club. Iba a rematar la nota diciendo que era la única esperanza que me quedaba de ver un club distinto, un club sin odios ni rencores, un club en el que no se vea como enemigo a alguien que piensa distinto. Un club como el que vos quisiste construir, aportando tu granito de arena, desde la función que tan bien desempeñabas. Pero de repente sonó el teléfono... ¡y a cambiar de planes! Era el jefe. Sí, Quique, el jefe. El Editor. Angel García, “Angelito”, el mismo que más de una vez te llamó para “mangarte” por algún pibe sin recursos que deseaba entrar el Instituto. El mismo al que llamaste minutos antes de internarte para darle una respuesta a uno de esos “mangazos”. No para él, sino para chicos que lo necesitaban. Y me dijo: “vos, que fuiste su alumno, que lo conociste como pocos, tenés que escribir algo sobre Constantino Vesprini”.Te imaginarás, Quique, que no pude negarme. Porque “Angelito”, mal que nos pese, es el jefe. Y también porque a vos quería decirte todo lo que sentí desde que te conocí, lo que sigo sintiendo, porque no puedo entender cómo te atreviste a dejarnos. Jamás podré olvidar que cuando te vi por primera vez, aquel día que llegó “Lopecito” (otro velezano de ley, en tiempos en los que no abundábamos los hinchas de Vélez), el vicerrector de San Pío X, para presentarte como nuestro profesor de contabilidad, empezó a generarse un sentimiento de admiración de nosotros, los alumnos, hacia vos, el profesor. Porque más que profesor te fuiste convirtiendo, con el tiempo, en amigo, en maestro de vida. Fuiste la continuación de la enseñanza que nos dieron nuestros viejos, en nuestras casas. Nos marcaste los errores, pero también resaltaste siempre nuestras virtudes. Porque a veces, siendo pibes (y también ahora, de grandes, ¿por qué no?), es bueno que te marquen los errores con una sonrisa, o una caricia en la espalda.
Así se aprende mejor. Se equivocan los que piensan que para ejercer el poder hay que poner cara de malos, o vivir confrontando.
Vos siempre nos hablaste con una sonrisa, con esa sonrisa bonachona que jamás se te borraba. No se si fuiste bueno, regular o malo como profesor de contabilidad. Tampoco me interesa mucho. A veces pienso que, al menos conmigo, fuiste demasiado generoso con las notas que me pusiste. De lo que no tengo dudas es de que fuiste un gran tipo, un grande.
Con el correr del tiempo me enteré que ibas a trabajar en Vélez. En ese Vélez al que amabas sin ocultarlo, al que seguías a cada cancha donde jugase, con frio o calor, con sol o con lluvia. Un día, dos fundadores de la Agrupación Unidad Velezana, en la que yo militaba, Alberto Ordóñez y Salvador “Lucho” Pancallo, me preguntaron qué opinión tenía de vos, por haber sido mi “profe”. Les dije lo mismo que acabo de escribir recién, que eras un gran tipo. Y me contaron que te iban a sumar al Instituto Dalmacio Vélez Sarsfield. Lo que jamás imaginé que fueras a convertirte en lo que te convertiste: en una pieza irremplazable dentro del Instituto.
Pasaron los años y vos no cambiaste para nada. Siempre me invitaste a todos los actos. Aunque supieras que yo no era bien visto por las autoridades de turno del club. Más de una vez traté de evitar saludarte (en algún acto del Instituto, o los 14 de mayo, en la Chacarita, cuando nos unía el recuerdo a Don Pepe), al ver que alguno de esos dirigentes estaba cerca, para no comprometerte. Y vos, viejo sabio, me venías a saludar igual. No te importaba que nos vieran. Eras amplio. Sabías aceptar el disenso. Vos eras el ejemplo de ese club distinto por el que muchos luchamos. No puedo olvidar tampoco cuando le enviaste una carta de agradecimiento al director de Crónica, por una nota que yo había escrito. Siempre supe que no fue un formulismo, ni un agradecimiento más. Lo hiciste por mi, para ayudarme. Como trataste de ayudar a tanta gente. Porque era “tu pollo”. Uno de los tantos “pollos” a los que siempre supiste aconsejar, a los que llegabas con la palabra oportuna. Esa palabra que a veces queremos encontrar y no podemos. Vos sí podías. La encontrabas con una facilidad increíble.
Por todas las enseñanzas que me dejaste, por haber colaborado en mi formación, por haber sido tan buena gente, quiero decirte “GRACIAS, Quique”. Gracias por todo. A veces a los hombres, tal vez por creernos más fuertes de lo que realmente somos, nos cuesta decir GRACIAS. O pronunciar un TE QUIERO. Yo hoy, aunque quizá sea demasiado tarde, quiero decirte que te quise mucho y que te seguiré queriendo. Porque apenas te fuiste a otro lado, donde no puedo verte, pero siempre seguirás estando a mi lado, al lado de los que te quisimos bien.
Y por último, quiero pedirte disculpas. Te habrás dado cuenta que desde que empecé a escribir esta nota te traté de vos y no de usted. Lamentablemente, por una cuestión de costumbre y no de respeto (vos siempre nos enseñaste que el respeto es otra cosa), me negué sistemática y estúpidamente a tutearte, pese a que siempre me pedías que lo hiciera. Hoy me atreví a hacerlo, como un homenaje. Mi último homenaje. Porque me resisto a creer que sea cierto que vos te hayas muerto, Quique. O tal vez porque estoy convencido de que los hombres como vos no mueren nunca.
Siguen vivos desde el ejemplo que supieron transmitirnos. Como dicen los artistas, vos te fuiste de gira. Pero, seguramente, desde allí arriba, junto a Don Pepe y a tantos otros velezanos queridos, seguirás alentando a Vélez. A tu Vélez. Gracias, Quique. Y tené bien presente que te quise y te seguiré queriendo. Como tantos otros velezanos que hoy te extrañan.
Walter Aldaba
No hay comentarios:
Publicar un comentario