martes, 19 de mayo de 2009

Efectos Secundarios de la Gloria

¿Cuántas veces hemos aplaudido a Bochini en el Amalfitani? ¿Cuántas grandes jugadas de rivales fueron premiadas con ovacione por nuestra gente?
Vélez ha conseguido muchos logros en los últimos 15 años, algunos con audacia, otros cuidando bien los resultados. Tal vez de este eclecticismo no pueda decirse nada, es muy difícil definir claramente un estilo de juego histórico para Vélez. Nunca fuimos Boca, Estudiantes, River, Independiente o Argentinos, equipos cuyos hinchas tienen un paladar definido después de muchos años de coherencia futbolística.
Pero los éxitos generaron una generación de hinchas que se definen futbolísticamente por la sola exigencia de triunfos. Una exacerbada búsqueda de la victoria a cualquier precio eleva los ánimos hasta la imposibilidad de disfrutar del juego, es más, el juego se vuelve intrascendente. Lo único que importa es el éxito de la camiseta de Vélez, y el que no la tiene es un enemigo mortal que no puede ofrecernos placer alguno.
Por el contrario, hoy el sólo hecho de que quien nos visite sea un gran jugador es la señal de que debe ser insultado de forma fronteriza con lo patológico.
El sábado 4 de noviembre me sentí tentado a aplaudir los lanzamientos de Verón, pero rápidamente noté que a mi lado varios chicos (junto con algunos que son chicos desde los años 50) insultaban sacados lo mismo que yo deseaba aplaudir.
¿Somos hinchas de fútbol o sólo canalizamos nuestra impotencia personal en la vida en una identificación irracional? El fútbol parece pasar a décimo plano.
Paradójicamente quienes somos capaces de disfrutar del fútbol bien jugado sin importar la camiseta, somos acusados de... no ser futboleros! Quienes hemos saboreado de los lanzamientos del Bocha, de las gambetas de Maradona, de los toques de Brindisi y Babington, o de la elegancia de Alonso, ahora resultamos ser desconocedores absolutos del fútbol frente a una extraña nueva clase sabios que durante 90 minutos se agitan extasiados insultando todo lo que pase sin una V azulada.

Alejandro Irazabal

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